Sabine Pommenering

La de Sabine (Berlín Este, 1956) fue una de esas familias a las que el muro mutiló sin remordimientos. Pese a todo, esta artista vocacional logró cumplir uno de sus mayores sueños en la RDA. Nunca consideró su país una "dictadura", pero sí deseó cambiar muchas cosas. En los ochenta formó parte de la oposición cultural que ideaba formas de modernizar el socialismo alemán al son de música jazz.

El muro partió en dos a mi familia. De la noche a la mañana nuestras dos adoradas tías nos fueron arrancadas de nuestras vidas. Vivían en los barrios de Charlottenburg y Neukölln, en el oeste de la ciudad. Poco antes, como si se lo olieran, consiguieron que alguien nos trajera una cocina de gas hasta nuestra vivienda en Lichtenberg, en el este. Fue un gesto de amor a futuribles. Acertaron y nos salvaron, en cierto modo, la vida. Para mi padre fue un infierno. No dejaba de llorar. Sólo tenía cinco años pero el recuerdo de aquel funesto 13 de agosto de 1961 me quedó clavado para siempre. Fue muy duro.

Poco después y por si fuera poco, mi padre perdió su puesto de trabajo como comercial exterior de textiles para el Estado. El gobierno le pidió que rompiera toda relación con sus hermanas "occidentales" y él naturalmente se negó. Ese tipo de vejación se llama "Schikane" en alemán, y era pan de cada día en la RDA.

Con el paso de las semanas, los meses, y los años, aprendimos a vivir con ello, haciendo de tripas corazón, alegrándonos cuando de tanto en tanto llegaba correspondencia desde el otro lado.

"Exploramos cada rincón de la RDA"

Con todo, mi infancia en aquella cotidianidad humilde de la RDA fue muy dichosa. Los lazos familiares eran fuertes y leales. Algo que siento que hoy, en esta vorágine neoliberal, se está perdiendo. Hacíamos un sinfín de planes familiares. Salíamos mucho de excursión. Exploramos todos los rincones del país, descubrimos cada bosque y cada lago de Brandeburgo desde Mügelsee o Briesetal hasta Wandlitzsee. También llegamos hasta la isla de Hiddensee en el mar Báltico: uno de los lugares más mágicos de Alemania.

Sabine: mi infancia estuvo llena de momentos dichosos. No la cambiaría por nada. Fui muy feliz. Jamás afirmaría que la RDA era una dictadura.

"Era la mejor dibujante de clase"

Siempre fui buena dibujante. La mejor de la clase. Para el resto de niños, era como la “especial”. La plástica era muy apreciada en nuestra aula porque nuestro profesor, un tipo estupendo, enviaba nuestros dibujos a concursos internacionales. Llegué a ganar una medalla de plata en el certamen internacional Kinderzeichen aus aller Welt que organizaba el famoso caricaturista indio Shankar Pillai.

Dibujo de Sabine (der.) y un recorte de prensa (izq.) donde se menciona a Sabine Zach (nombre de soltera de la protagonista de esta historia), en la lista de los ganadores de un concurso internacional de dibujo.

Veíamos mucho film autóctono de la DEFA, la compañía cinematográfica estatal, como los clásicos “Der kleine Mück”, "Die Legende von Paul und Paula“ o “Goya“ del director Konrad Wolf, un retrato lleno de color sobre el pintor español y la España folclórica del XIX. Era una de mis favoritas. Desde muy temprana edad me quedó claro que mi futuro estaría vinculado a las artes escénicas.

Goya y la Duquesa de Alba interpretados por Donatas Banionis y Olivera Katarina en el film biográfico sobre el artista español de Konrad Wolf. DEFA, 1971.

El ingreso a la madurez: La "Jugendweihe"

Con 14 años todos pasábamos por la Jugendweihe. Es el equivalente a la confirmación de los cristianos, pero sin rastro de dios. Se puso de moda en los movimientos proletarios de los años veinte. Celebraba el ingreso oficial de los jóvenes a la madurez intelectual. Se festejaba en primavera -entre febrero y mayo- con toda la clase del colegio, y se remataba con un pequeño guateque en casa. Era una tradición promovida de forma estatal. Muchas veces lo organizaban las propias juventudes de las FDJ.

Una Jugendweihe de 1978. El evento social enmarca el paso de la infancia a la adolescencia. Bundesstiftung Aufarbeitung.

La mía fue en el legendario cine International en la Karl Marx Allee. Estaba emocionadísima. Mi madre, que era modista, me cosió un vestido para la ocasión. Todos iban de punta en blanco. En el evento, una autoridad pronunció un discurso en el que se nos invitaba a seguir contribuyendo al socialismo en nuestra vida académica y profesional. A partir de entonces, nuestro destino debería estar ligado a la preservación del marxismo-leninismo y a su "lucha por el progreso, la verdad y la justicia en contra de la explotación y la opresión" del capitalismo.

La Jugendweihe como instrumento político: el primer secretario general del SED, Walter Ulbricht, da un discurso en una de estas ceremonias en Gera en 1958. Bundesarchiv.

Al finalizar el acto nos regalaban a todos un libro, en mi opinión, magnífico: el "Weltall Erde Mensch", ("Espacio Tierra Humano"). Un clásico de estantería de todo joven de la RDA y la obra con más ediciones impresas en la historia del país. Hacía un repaso enciclopédico de la antropología y el desarrollo científico hasta nuestros días: desde la conquista del átomo hasta la "victoria del proletariado frente al liberalismo"- donde, en teoría, nos encontrábamos-.

Mi Jugendweihe fue, sin duda, uno de los días más felices de mi vida, sobre todo porque después de tantos años pude volver ver a mis dos amadas tías, quienes cruzaron desde Berlín Oeste a propósito para mi fiesta. Fue la primera vez que pisaron la parte oriental de la ciudad -desde la construcción del muro- gracias a los visados Berlín Oeste que permitían visitar la RDA o Berlín Este en ocasiones especiales como navidad o pascua. Se comenzaron a otorgar en la navidad de 1963 y se facilitaron en masa en la década de los 70.">Passierscheine.

Las flores, Michael y el teatro

El día que conocí a Michael era verano y, haciendo cuentas, tuvo que ser el del 75. Tenía 19 años y acudí a uno de esos festivales de las flores, los "Blumenfest", que organizaban los barrios de la ciudad en época estiva. Era una fiesta popular muy extendida en la RDA, con música en directo, comida y bebida en la calle. Aquel día fui al del distrito de Weißensee, sonaba una banda de rock y allí estaba él entre la muchedumbre. Fue amor a primera vista. Michael, apuesto, alto, con barba y aire campechano, me contó que estudiaba agronomía en Berlín Wartenberg. Me hizo mucho gracia que me dijera que su trabajo final de carrera trataba sobre una máquina que recogía coles de Bruselas.

Sabine: 'Era una fiesta popular muy extendida en la RDA, con música en directo, comida y bebida en la calle'. WeissenseerBlumenfest.

Pero sobre todo, lo que nos enganchó fue la pasión feroz que sentíamos por el teatro. En Berlín Este éramos unos afortunados por contar con algunos de los mejores escenarios del país y a precios irrisorios. Íbamos al teatro como mínimo tres veces por semana. A menudo aún con las bolsas de la compra para no perdernos la función.

A lo mejor en una semana nos metíamos el lunes en el Deutsches Theater, el miércoles en la Volksbühne y el viernes en el Berliner Ensemble o el Maxim Gorki.

Katja Paryla y Christian Grashof en una representación de 'Cabezas redondas y cabezas puntiagudas' de Brecht sobre el escenario del Deutsches Theater en 1985. Imagen: Bernd Nickel.

Era una adicta al teatro brechtiano. Llegué a ver tres veces seguidas "Cabezas redondas y cabezas puntiagudas", una incisiva, divertida e inteligente crítica al capitalismo. También recuerdo con cariño la obra "Die Bauern" de Heiner Müller o "Las tres hermanas" del ruso Antón Chéjov. Me embelesaba admirando la indumentaria de los actores y la puesta en escena entre bastidores. Entonces le puse nombre a mi sueño: quería estudiar diseño escénico y vestuario.

"Serramos un tronco juntos. Es una tradición en las bodas"

Tras dos años de relación, Michael y yo nos casamos. Lo hicimos en el ayuntamiento de Lichtenberg, el de mi barrio. Fue la primera y última vez en la que Micha se puso una corbata. Iba guapísimo. Mi madre me confeccionó el vestido. Era original, estampado (nunca me hubiera casado de blanco).

Al salir de la ceremonia serramos un tronco con una sierra de tiro. Sigue siendo una tradición en las bodas en algunas partes de Alemania. Es importante tirar alternativamente para que la sierra no se atasque. Simboliza el equilibrio de fuerzas que debe existir en una pareja ante las diversas dificultades de la vida. Con aquel aserrado superamos "nuestra primera prueba".

Sabine: Después de casarnos por lo civil en el Rathaus, o ayuntamiento de mi barrio, celebramos el banquete en el patio de mi vivienda familiar. Era muy típico en la RDA. Una fiesta sencilla, humilde, con los familiares y amigos más cercanos.

Al día siguiente subimos a un tren y salimos para Budapest. Sería sólo la primera de decenas de escapadas a esa ciudad. Se convirtió en nuestro rincón favorito del mundo. Nos fascinaban sus museos, sus festivales folclóricos, sus saunas, sus baños, y ese aire bohemio que exhalaban sus calles. Siempre acampábamos en la cima de una montaña desde donde teníamos unas vistas magníficas de toda la ciudad.

Micha y yo viajamos mucho y siempre solos. En aquella época no teníamos coche por lo que siempre nos movíamos en autostop y en tren. Era muy práctico. Visitamos también Checoslovaquia, Polonia, Bulgaria, pero nunca la Unión Soviética. Viajar a la URSS era bastante caro y tenía que organizarse a través de la oficina de viajes de la RDA, el Reiseburó ,o previa invitación de algún residente y no conocíamos a nadie allí.

El arte de encontrar una vivienda por tu cuenta

Aunque todos teníamos derecho a una vivienda, era difícil encontrar una. Había que registrar una petición en el Ministerio Público, y luego, esperar una respuesta que podía demorar años. Eso, o buscar la casa por tu cuenta, observando ventanas y tocando timbres. Y eso es justo lo que hicimos.

Recorríamos las calles escudriñando las fachadas. Si notábamos una vivienda que no tenía prendida la luz durante varias noches seguidas y nadie contestaba al timbre, preguntábamos a los vecinos por el piso. Si nos confirmaban que ahí no vivía nadie, la ocupábamos. Normalmente estaban en muy mal estado. Sobre todo las de los céntricos barrios de Mitte o Prenzlauerberg, decadentes y en ruinas por los estragos de la II Guerra Mundial. Y es que a la RDA le salía más barato construir nueva vivienda estilo Plattenbau en los arrabales de la ciudad.

Curiosa se asoma por la fachada de un deteriorado Altbau de la Lychenerstr. Berlín Este, años 80. Jürgen Hohmuth.

Si teníamos la suerte de encontrarnos con una sin inquilinos, hacíamos una solicitud para quedarnos con ella. Nos las concedían casi siempre. Una vez nos dieron luz verde porque demostré con un informe médico que estaba embarazada de mi primera hija, Julia. No existía ni propiedad privada ni agencias inmobiliarias. El Estado determinaba el precio del alquiler y además nos daban ayudas. Pagamos entre 38 y 150 Ostmark al mes. Poquísimo.

Sabine: Esta casa la ocupamos tras el chivatazo de un amigo nuestro. Vivía en el mismo edificio en la Ferberlinerstr. en Mitte y nos animó a instalarnos allí porque sabía que no vivía nadie. Aquí estoy con Micha y mi primera hija Julia. La foto es de Harald Hauswald.

Vivimos en varias casas y tuvimos que renovarlas todas. En la RDA éramos unos adelantados con lo del do it yourself: reciclábamos, reconstruíamos y reutilizábamos todo lo que podíamos. La calefacción, heredada del periodo entreguerras, funcionaba con estufas de carbón. Tampoco solían tener baños privados. Normalmente estaban fuera, en el descansillo de las escaleras.

El club de lectura Pablo Neruda, discusión política en una barcaza

Michael nunca llegó a trabajar de agrónomo. Se hizo con la subdirección del club juvenil Pablo Neruda. Había varios en todo el país. Este, estaba en una barcaza -ya desaparecida- en la Insel der Jugend en Treptow, que se tornó cobijo de un activo crisol cultural de la época. Entre 1976 y 1983, el club organizó lecturas y mesas redondas con intelectuales, escritores y artistas de la altura de Bettina Wegner, Katharina Thalbach, Stefan Heym o el famoso fotógrafo Harald Hauswald, quien se volvió un íntimo amigo de la familia.

Imagen: Ostkreuz/Harald Hauswald.

Allí nos enfrascábamos en discusiones sobre la viabilidad del comunismo soviético y su cargante y constante conflicto con la libertad del individuo. Debatíamos sobre esos controvertidos referentes del socialismo humano que eran el checoslovaco Alexander Dubček y por supuesto, Gorbachov.

También organizamos varias mesas redondas sobre el golpe militar en Chile.

"Señalábamos con rabia la censura estatal de películas, músicos y escritores"

La del Pablo Neruda fue una tribuna desde la que señalábamos con rabia la censura estatal de películas, músicos y escritores que fueron condenados a las sombras o al ostracismo, como fue el caso del músico Wolf Biermann, otro de esos mitos de la época.

La posibilidad de reformar el país hacia un estado más abierto, libre y democrático tomaba cada vez formas más imperativas.

Aunque todo hay que decirlo, no sólo hablábamos de temas serios. Normalmente, al terminar las charlas, nos poníamos unos vinilos de Cohen, Rod Steward o los Rolling y bailábamos hasta altas horas de la madrugada. En aquella época estaba de moda beber vodka-cola.

En la RDA los clubes juveniles comenzaron canalizando el ocio de la gente más joven bajo el control estatal y acabaron convirtiéndose en epicentros de discusión política contra el sistema. Imago/Ulrich Hässler.

Un día comenzaron a llegar a casa miembros de la Stasi con el pretexto de conversar sobre el Pablo Neruda. Micha nunca les permitió cruzar la puerta. Siempre les respondía que eran eventos públicos y que, si tanto se interesaban por saber qué se cocía allí dentro, que se pasaran. Y lo hicieron. Se les podía reconocer a leguas. Su actitud, su forma de vestir, pese a sus esfuerzos, eran totalmente estridentes. Supongo que tomarían sus notas, pero afortunadamente el club sobrevivió. Más tarde trataron de convencer a Micha para que fuera informante. Les hubiera sido muy útil tenerlo como chivo expiatorio en aquel hervidero cultural. Pero Micha naturalmente se negó.

Agentes encubiertos de la Stasi. Del libro: Top Secret - Images from the Stasi Archives.

El Jazzkeller Treptow: nicho de opositores y amantes del jazz

No muy lejos, en la avenida Puschkinallee, 5, en una antigua mansión reconvertida en centro cultural, se asentaba el mítico Jazzkeller Treptow, literalmente "el sótano del jazz". En 1969 lo pusieron en marcha algunos músicos con el visto bueno de los responsables del barecito que había en los bajos de ese club social.

Hacían conciertos los jueves y los viernes. Sobre su diminuto y humeante escenario pudimos disfrutar de artistazos y bandas locales como Ernst-Ludwig Petrowsky, el cuarteto de Konrad Bauer o el pianista Ulrich Gumpert. Estrellas internacionales como el holandés Willem Breuker o el guitarrista francés Christian Escoudé cruzaron el Telón de Acero para sonar en el Keller. Tal era su fama, que el angosto local estaba siempre a rebosar. Era todo un fenómeno social. Muchos no lograban entrar.

Fachada del mítico Jazzkeller Treptow. Referente de la escena jazz de la capital de la RDA. Créditos: Jörg Kantel.

Micha y yo éramos frecuentes. Nos pasábamos noches enteras bailando y cantando con la gente del local, donde imperaba un joie de vivre desenfadado. Cuando no nos quedaba dinero, la dueña del bar, la mítica "Gitti", nos invitaba a cerveza. Todo el mundo la conocía, y la quería. Era una berlinesa corpulenta de buen corazón, pero también estricta cuando tenía que serlo. Era una suerte de madre, mutti, para todos. Cuando cerraba el local y con los asiduos aún dentro, "Gitti" solía seguía sirviendo y dando de comer a los músicos. El agradecimiento de Gumpert fue tal que le llegó a componer el famoso "'n Tango for Gitti".

Portada y disco de Ulrich Gumpert con el tango dedicado a la gerente del bar del Jazzkeller Treptow. AMIGA fue el principal sello discográfico de la RDA.

Como muchos otros recovecos oscuros y humeantes de la época, el Keller se hacía eco de las inquietudes políticas de la juventud y canalizaba nuestra indignación como un altavoz camuflado entre acordes, aplausos y música. De hecho las actuaciones de Gumpert que más ovaciones arrancaban eran las que ponían melodía a las letras del desterrado Biermann. Eso sí, entre nosotros, no había muchos de los que, en aquellos años, hacían oposición desde la Iglesia.

"Sufrí en mis carnes la presión ideológica del sistema en los medios"

En el Jazzkeller también me abrió puertas. Allí conocí a Lothar Holler -quien años después sería premiado como escenógrafo de la famosa cinta Sonnenallee. Trabajaba en la DFF, había visto mis dibujos y me alentó a presentarlos en el canal de televisión estatal.

El proceso de selección fue fácil. Me admitieron y comencé enseguida en los estudios televisivos de Adlershof. Sin casi experiencia, me pusieron de diseñadora de atrezzos y location scouting para una saga histórica que se iba a grabar en Dresden.

Me sentí una verdadera privilegiada por tener aquella oportunidad. Algo inconcebible en el laberíntico acceso al mundo laboral de hoy en día. No fui la única. Formaba parte de un equipo joven que le ponía muchas ganas. Aunque no era oro todo lo que relucía. En la cadena fuimos presionados para afiliarnos a la llamada "Gesellschaft für Deutsch-Sowjetische Freundschaft" ("Asociación para la amistad germanosoviética”): un instrumento de propaganda cultural y política de la URSS. Con el pretexto de que aquello sería "bueno para nuestro desarrollo personal”. La mayoría se negó. Yo también.

Sala de realización de la cadena estatal de la RDA, DFF.

Recuerdo que cuando en el Instituto Francés iabn a proyectar el film “Moliere” de la directora francesa Ariane Mnouchkine, nuestros jefes nos dieron el sermón y nos aconsejaron que no fuéramos a verla porque la película era una absolura bazofia (básicamente porque era cine occidental). ¿Y cuál fue nuestra sopresa al ir a ver la película? ¡Todos nuestros jefes, sin faltar ni uno, estaban en el patio de butacas como si nada!

Con sus claros y oscuros, el trabajo en la DFF me allanó el camino para ser aceptada en los estudios de diseño escénico en la prestigiosa Escuela de Arte de Weißensee. Coincidió con el nacimiento de mi segunda hija Ulrike, pero aquello no supuso ningún problema. En la RDA la conciliación familiar era la norma: las guarderías estaban abiertas 24 horas y la educación era gratuita. Además, aún sin trabajar a tiempo completo, tanto Micha como yo teníamos salarios aceptables que nos permitían vivir modestamente bien. Lo reitero a día de hoy, jamás nos faltó de nada.

Incluso logramos comprarnos un Trabi y llegamos a coger un avión con la extinta aerolínea estatal "Interflug". ¿El destino? Naturalmente Budapest.

Algo se mueve

A finales de los ochenta el ambiente se enrareció. Muchos amigos y conocidos se fueron del país, tanto legal como ilegalmente. La gente no aguantaba más. Y en cierto modo, lo entendíamos. Algunos tenían familia en Occidente. Sentía empatía y curiosidad por lo que veía, pero también antipatía. Algunos solo se iban por cuestiones materiales: por tener un televisor o un coche de último modelo. Y aún así no podía evitar tener la sensación de que la sociedad estaba "despertando" tras un largo letargo.

Yo también puse un pie en “territorio enemigo” pero solo fue durante una breve visita. Y debo reconocer que me encantó. Fue en 1987 cuado mi hermano y yo logramos un visado para ir al “cumpleaños redondo” (véase cumpleaños que suman décadas: 30, 40, 50...) de una de mis tías en Berlín Oeste.

Pasamos cuatro días fantásticos. Nos pateamos toda la ciudad. Casi ni dormimos. Teníamos que exprimirlo al máximo. Como a mí me interesaba el teatro, vimos funciones en el Theather des Westens, también en un "teatro libre" en Kreuzberg y me comí mi primer kebab, que me pareció delicioso.

“No pedía mucho más, solo una democracia con todas las letras”

Sin embargo, nunca se me pasó por la cabeza vivir en Occidente. En la RDA ejercía el trabajo de mis sueños y era una madre joven que tenía todo el tiempo del mundo para disfrutar de su familia. No pedía mucho más, solo una democracia con todas las letras.

Jóvenes ocupan la fachada del Palacio de la República en Berlín Este, sede del parlamento de la RDA durante la multitudinaria marcha antigubernamental del 4 de noviembre de 1989. Imagen de Harald Hauswald.

El 4 de noviembre no quisimos faltar a la macromanifestación convocada por el gremio teatral berlinés para exigir cambios profundos en política. Fue la marcha más multitudinaria registrada en la historia de todo el país y la primera que se cubrió en directo por la DFF. Medio millón de personas en la Alexanderplatz.

La atmósfera era eufórica y esperanzadora. No teníamos miedo porque nos sentíamos respaldados por todas aquellas personalidades de la cultura que ofrendaron sus voces a aquella inaudita fiesta de la democracia.

Desde una tarima, la escritora Christa Wolf habló de renovación revolucionaria. Dijo algo así como:

“Imagínense esta idea loca: vivir bajo el socialismo y que nadie quiera marcharse por ello”.

Poco antes, el SED había puesto a otro líder al mando del partido en un intento por calmar los ánimos. Egon Krenz. En su primer discurso televisado el nuevo cabecilla de gobierno ronunció la palabra "Wende", (cambio, giro). Para nosotros ese “cambio” al que Krenz se refería era puro maquillaje.

Lo que sí hicimos fue apropiarnos de esa palabra para promover nuestra propia revolución pacífica. La plataforma ciudadana Neues Forum nos devolvió la esperanza. Parecía que sí, que lo íbamos a lograr, pero con la caída del muro, toda aquella fuerza se deshinchó como un globo viejo...

El 9 de noviembre Michael no estaba en Berlín...

🎥 [Sabine lloró al enterarse de que el muro había caído mientras veía la televisión. Lo dirá una se sus dos hijas. Aquel 9 de noviembre su marido no estaba en Berlín, por lo que esperó un par de días a que regresara para cruzar al otro lado con la familia al completo. Y así visitar a esa parte de la familia que el muro mantuvo alejada durante casi 30 años.]

"Solo miramos hacia adelante. A partir de entonces, tuvimos encontrar nuestro lugar"

Con la desaparición del muro dejamos de mirar atrás. La rapidez con la que empezó a difuminarse nuestro mundo, nos obligó a mantener la vista puesta en el futuro. Tanto Michael como yo, perdimos nuestro trabajo en la DFF. Casi 3000 trabajadores acabaron en el paro. Un día instalaron un contenedor fuera de los estudios y desecharon todo el material que encontraron. Entre la basura había vestuario que yo misma había diseñado. ¡Nada de eso estaba obsoleto! Daba la sensación de que, a marchas forzadas, querían volver caduca toda una ideología, toda una idiosincrasia, todo un país.

Fueron años difíciles. Me postulé en diversos teatros ya en la Alemania reunificada. Comencé con trabajos puntuales como diseñadora para teatral de forma autónoma y de tanto en tanto volvía al paro, algo nuevo para mí. Tardamos unos diez años en estabilizar nuestra situación laboral. Michael, por su parte, encontró trabajo como periodista freelance en la televisión NTV e hizo muchísimos reportajes de viajes. Pudo ver mundo, como en el fondo siempre quiso.

Michael, Sabine y sus hijas Ulrike y Julia en el verano de 1989. Álbum privado de S. Pommenering.

Yo también he podido viajar mucho sola, en pareja y en familia, y desde 1991 trabajo y viajo por todo el país como escenógrafa, como siempre quise, con la fortuna de saberme conocedora de dos mundos, de sus pros y de sus contras. He tenido la suerte de poder dedicarme de lleno a mi vocación artística bajo un sistema económico en el que los profesionales culturales son vapuleados con sueldos de miseria. Ahora vivo en mundo en el que un funcionario cobra más que un actor de teatro, donde trabajar "por amor al arte" se vuelve literalmente imperativo y no alegóricamente un derecho, como debería ser.

Ilustraciones para vestuario teatral de Sabine Pommenering.

🗺️📍 Schönhauser Allee: La geolocalización de Sabine marca la calle donde vivía junto a Michael y sus dos hijas cuando el muro desapareció en 1989. En la actualidad sigue viviendo en la parte oriental de Berlín, en el barrio de Prenzlauerberg. Se considera una persona afortunada por poder trabajar en escenarios de todo el país. Con todo, lo que más disfruta es cuidar de sus tres nietos.