(John Bainbridge, New York Times, 1962)
Poco antes de que Hitler pusiera fin a su dantesca vida, y ante la inminente derrota de los alemanes en la IIGM, cuatro enemigos naturales: la URSS, EEUU, Reino Unido y Francia, deciden unirse para enterrar al nazismo y, de paso, repartirse el agonizante territorio del Tercer Reich. En los tratados de Yalta y Potsdam, acuerdan seccionar Alemania y BERLÍN en cuatro partes y luego repartirse las tajadas: el noreste para los soviéticos y el resto para los tres socios occidentales.
Como Berlín estaba incrustado en territorio rojo, no había que ser muy ducho en geopolítica para entender que ese Berlín troceado en cuatro estaba destinado al fracaso: capitalismo y comunismo, cara a cara, enseñando molares, en un mismo territorio.
Y así será como la profunda herida alemana, en lugar de sanar, se desgarrará cada día más. El punto de sutura: Berlín: una especie de consulado de guerra de Washington y Moscú, abierto 24/7.
A Stalin no le hace ninguna gracia tener a los americanos y a sus aliados en una ciudad, cuya conquista, tantas vidas costó a su Ejército Rojo. En sus sueños más húmedos fantasea con la idea de ver un Berlín sobre el que sólo ondee la bandera del martillo y la hoz.
Impulsados por el desarrollismo estadounidense del Plan Marshall, en 1948 las fuerzas occidentales (EEUU, Francia, Reino Unido) crean unilateralmente una nueva moneda: el Deutsche Mark [soniditos de caja registradora].
La URSS ve la nueva divisa como una amenaza y en represalia bloquea por tierra todos los accesos a la mitad occidental de Berlín, con una clara intención: matarlos de hambre.
Pero Occidente se la juega a Stalin y monta un puente aéreo, el famoso "Luftbrücke", con el que abastecen a los dos millones de habitantes de Berlín Oeste. Durante el año que duró el bloqueo, cada 90 segundos aterriza en la parte occidental de la ciudad un avión repleto de víveres.
Berlín y la Alemania occidentales resisten y comienzan a forjarse como el "lado bueno de la historia". En 1949 fundan la República Federal Alemana (RFA), con capital en Bonn.
Y lo mismo del otro lado: en la zona de ocupación soviética nace la República Democrática Alemana (RDA), con un régimen socialista de partido único y de ideología marxista-leninista, y con capital en Berlín.
Verano de 1961. Cada día, miles de ciudadanos de la RDA se niegan a aceptar el sino marxista-leninista al que les quieren abocar sus líderes.
Seducidos por los favores del capitalismo, muchos hacen sus maletas y huyen a Occidente. Prefieren vivir en la próspera RFA donde hay mejores perspectivas laborales, suena Elvis Presley en la radio y los salarios se pagan en Deutsche Mark.
La fuga es tan sencilla como cruzar de Berlín Este a Berlín Oeste, y de ahí tomar un vuelo o un tren a la Alemania Federal, la capitalista.
Los centros de recepción de refugiados en los barrios occidentales de Berlín se llenan hasta los topes.
Desde el final de la IIGM se estima que casi 3 millones de germanoorientales, muchos de ellos trabajadores cualificados y académicos, dan la espalda al socialismo. Eso es el 20% de la población. La situación es crítica.
El líder estalinista de la RDA Walter Ulbricht es testigo impotente del desangre demográfico de su país y del irremediable colapso económico. Se está quedando sin mano de obra para levantar el país, aún gravemente mutilado por la destrucción de la guerra.
En 1961 los rumores de un inminente muro suenan cada vez más fuerte, pero ante una pregunta de una periodista, Ulbricht responde:
“Su pregunta denota que hay personas en Alemania Occidental a las que les gustaría que movilizáramos a los obreros de nuestra capital de la RDA para levantar un muro. No tengo conocimiento de tal intención, ya que los trabajadores de la construcción en nuestra capital se preocupan principalmente por la construcción de casas y su mano de obra se utiliza al máximo para ello. Está plenamente empleada. ¡NADIE TIENE LA INTENCIÓN DE CONSTRUIR UN MURO!"
Donde dije digo, digo Diego. Ulbricht tarda poco en cambiar de opinión, pues solo entre julio y agosto de ese año, se fugan a Berlín Occidental ¡50.000 personas!
A la RDA solo le quedan dos opciones: mejorar radicalmente las condiciones de vida de sus ciudadanos (a largo plazo) o frenar el éxodo de forma drástica y violenta. Opta por la segunda opción porque no hay tiempo que perder.
Finalmente, el 12 de agosto, Ulbricht recibe luz verde desde Moscú para llevar a cabo su perverso plan. A medianoche arranca la “Operación Rosa”: 20.000 agentes -entre policías, grupos de combate y soldados armados hasta los dientes- se van a encargar de blindar los sectores occidentales de la ciudad.
La víspera fue una noche de sábado estival. Muchos berlineses de un lado y del otro salieron de fiesta, fueron al cine, a bailar, al teatro... Algunos no durmieron en casa; otros, ni siquiera pusieron el despertador. Se suponía que iba a ser una tranquila mañana de domingo en plena temporada de vacaciones escolares. Pero nada más lejos de la realidad: el domingo 13 de agosto de 1961, la Puerta de Brandeburgo amanece enfrentada por una bestial hilera de tanques, agentes de policía y milicianos.
Es solo un tramo de la larga ristra humana que ya rodea los barrios occidentales de la ciudad. A punta de pistola centenares de hombres trabajan a destajo rompiendo el asfalto para arraigar alambradas y bloques de cemento.
Es el germen del muro de Berlín y como todo organismo maligno llega sin avisar.
Amigos y familiares quedan separados sin saber cuándo volverán a verse, y el alma de la ciudad, aún magullada por la guerra, vuelve a ser herida, esta vez, por una excentricidad hecha de ladrillo.
Occidente no mueve un pelo. Lo que en un principio es una medida drástica para contener el exilio de germanoorientales, consigue muy a pesar de la URSS y la RDA, cementar a las fuerzas occidentales en el corazón del sector soviético-alemán. Las tropas aliadas solo se encargan de prevenir que haya muertos o heridos durante las numerosas fugas que se dan durante los primeros días.
La propaganda de la RDA no lo llama "muro", sino "defensa contra las agresiones fascistas", más tarde contra el "yugo capìtalista". Un día después de su construcción, la radio estatal del régimen emite varias veces una canción que dice algo así como:
“Nuestra bella Berlín se va a quedar limpia, pues ya hemos cerrado la trampa humana de los guerreros del frío Rin y la hemos sellado con cera roja. (…) La paz y la tranquilidad están llegando, y nuestra capital estará limpia, sí, limpia”. Pues eso.
El muro es todo menos uniforme: tiene un trazado muy irregular. Se extiende a lo largo de los 156 km del perímetro de Berlín Occidental. Atraviesa parques, plazas, cementerios, fábricas y vías fluviales, en un imparable camino restrictivo.
Con el paso de los días esta muralla urbana gana altura y robustez: primero es de alambre, luego de ladrillo y finalmente de hormigón. En algunos puntos llega a alcanzar hasta cuatro metros de altura.
En realidad son dos muros. Uno se levanta en la frontera exterior del sector soviético y el otro, varios metros hacia dentro, en la interior. En medio, se extiende la franja de la muerte; iluminada de noche, plagada de fosos, sensores con alarmas, vehículos militares, perros coléricos y torres de control.
Los guardas que vigilan 24/7 la franja fronteriza, son a la vez vigilados por agentes de la Stasi para evitar que desierten y para corroborar que disparan a los tránsfugas. Tras la caída del muro, se descubrió que los agentes que acertaban en el blanco, es decir, que mataban a quien tratara de huir, eran condecorados y les era entregado un cheque de 200 Deutsche Mark.
Nueve días después del levantamiento del muro, en un edificio que queda en la línea fronteriza en la Bernauerstrasse, Ida Siekmann, una señora de 59 años trata de escapar a Occidente colgándose de una sábana desde el tercer piso de su edificio. Quiere reunirse con su hermana -en el lado Oeste-, pero lo hace con la muerte. Pasa a la historia como la primera víctima directa del muro.
Dos días después, el joven Günther Litfin, un modisto de 24 años muere, tras recibir un balazo en el cráneo mientras trata de cruzar las aguas del río Spree hasta la orilla occidental.
Poco a poco, la sociedad berlinesa y el mundo entero, comienzan a entender que lo perverso del muro no solo se aloja en su brutal construcción, sino en la barbarie inhumana que implica la pena capital a todo aquel que se atreva a cruzarlo, por "violar la frontera estatal", dicen en la RDA.
El último muerto oficial es Chris Gueffroy de sólo 21 años, quien en febrero de 1989, intenta escapar con un amigo por el paso fronterizo de Treptow y es alcanzado en el pecho con una bala mortal.
Se estima que durante toda su existencia el muro de Berlín se cobra la vida de al menos 140 personas.
A lo largo de sus 28 años de vida del muro, más de 5000 germanoorientales logran escapar de sus garras. Muchos, de las formas más inusitadas y asombrosas, como a través de los más de 70 túneles que se excavan, sobre todo, en los primeros años.
Otros son auxiliados por alemanes o berlineses occidentales quienes falsifican pasaportes falsos y los infiltran del lado oriental.
A quien huye se le hace la cruz: la RDA no sólo lo considera un "criminal", un "traidor" y "enemigo de clase", sino que toda su familia se vuelve automáticamente sospechosa. La Stasi lee sus cartas y pincha sus teléfonos. Una organización de la que el que el escritor mexicano Juan Villoro dijo: "es difícil explicar que un servicio secreto se dedique de manera tan competente a la paranoia”.