Mirko Trinks

Mirko Trinks (Berlín Este, 1963) era el hijo rebelde de un alto funcionario de la Stasi. Su padre nunca le perdonó que participase en las marchas prodemocracia de Leipzig. Hasta hoy, siguen sin hablarse.

Familia de abolengo marxista-leninista

La palabra “muro” nunca se pronunció en mi casa. Nací en el seno de una familia privilegiada, casta de la RDA. Mi padre era un alto funcionario de la Stasi y mi madre trabajaba en el Instituto Marxista Leninista del SED.

Fui uno de los primeros berlineses en cenar en el flamante restaurante de la Fernsehturm, la Torre de la Televisión, cuando la inauguraron, a más de 200 metros de altura. Recuerdo que a mi hermana pequeña le entró un ataque de pánico mientras comíamos. Con sus pequeñas manitas apuntaba al suelo desde las alturas asegurando que el Rathaus, el ayuntamiento, había desaparecido bajo nuestros pies. "¿Cómo había podido ocurrir?". Y es que, como ahora, el restaurante ya era rotatorio.

El restaurante de la Fernsehturm el día de su pomposa inauguración el 3 de octubre de 1969.

A diferencia del resto de los mortales en la Alemania comunista, íbamos muchísimo a comer fuera y "caro", sobre todo, a los restaurantes de cocina internacional que la RDA abrió en el centro de Berlín Este. Estaba el Café Moscú, la casa Budapest, la Bucarest, el restaurante Sofia, el Praga o el Morava. En cada uno, podías degustar la gastronomía nacional de la respectiva capital socialista. Todos pusieron el cerrojo tras la reunificación alemana, menos el Moscú que aún sigue en pie en la Karl Marx Allee.

Café Moscú en la actualidad.

Berlín Oeste era una "ciudad fantasma"

Cuando eres niño no te haces preguntas existenciales. El muro, la división de los dos berlines, estaban ahí, pero hasta que crecí nunca me atreví a preguntar. Mira (la imagen). Esta es una guía turística de Berlín Este de los años ochenta. En el mapa, Berlín occidental era un terreno baldío sin calles, blanco, como si no existiera. Era una "ciudad fantasma".

En la RDA imperaba la doble moral

Cuando nuestros padres nos mandaban a mi hermana y a mí a la cama, sintonizaban canales occidentales como el ARD o el ZDF, que por otro lado, estaban prohibidísimos bajo los ideales del régimen. A veces ocurría que a la vuelta del colegio, encendíamos la tele y seguía marchando la emisora occidental. Imagínate los gritos de nuestros padres al entrar por casa:

“¡Eso no se debe ver, depravados!”

Portada del libro 'Schwarzhörer, Schwarzseher und heimliche Leser. Die DDR und die Westmedien' de Franziska Kuschel. Un análisis sobre la práctica generalizada de consumir a escondidas televisión y radio occidentales en la RDA.

Y nos castigaban. Fueron inlcuso más lejos. Un día tras pasar el día en casa de mi mejor amigo Peter, le conté a mi padre, ingenuamente, que éste le daba de comer a su canario pienso de la marca Tricks. No sé por qué se me ocurrió contarle ese detalle. Tricks era un producto que solo se vendía en Occidente. Mi padre, como funcionario de la Stasi, encargado de destapar la perfidia en los fueros del régimen, me dijo que Peter y su familia eran unos "traidores del socialismo". Estaban consumiendo productos del "enemigo". Y me lo creí.

De niño era cándido y obediente y me quedé sin mejor amigo a los 14 años. Ahí comencé a entender que el muro no sólo era una hilera física de cemento que bordeaba un lado de mi ciudad, sino que parecía levantado dentro de las mentes. A medida que fui creciendo, la política se me hacía casa vez más cargante, incómoda, la respiraba y la sufría diariamente con más intensidad.

"Tu éxito en la RDA dependía de la voluntad que mostraras de estar involucrado en el sistema y en el partido, el SED"

Naturalmente, de niño, fui uno de los miembros destacados de la organización socialista para niños "Pioneros", dedicada a un mártir comunista alemán y más tarde, me afilié a las juventudes de las FDJ.

El carnet y el estatuto con las leyes de las FDJ que aún conserva Mirko.

En el instituto llegaba un momento en el que te hacían la pregunta del millón:

“¿Qué quieres ser de mayor?” o mejor dicho: ¿cómo vas a contribuir al socialismo en tu carrera profesional?".

En la RDA no era una cuestión banal. Tu aportación al sistema debía determinarse, cuanto antes, mejor. A mí me fascinaban los jardines. Para mí, el jardinero prusiano Peter Joseph Lenné era una leyenda. Soñaba con ser arquitecto e idear parques y rosaledas como hizo Lenné en los jardines palaciegos de Potsdam, donde íbamos mucho de visita.

Me dijeron que el país no necesitaba jardines pero que si quería aportar mi granito de arena para mejorar la nación podía alistarme en la armada. Me dieron un folleto con la información. Y acabé aceptando con la condición de terminar formándome como ingeniero dentro del cuerpo. Tenía 18 años y me obligaron a firmar una declaración en la que me comprometía a recorrer toda la carrera militar durante 25 años.

Catálogos informativos sobre formaciones militares en la Armada, NVA, de la RDA.

Con 18 años, entré en la escuela de oficiales de Sajonia. Duré sólo dos años. Lo pasé muy mal. Por un lado, comprendía la importancia de luchar contra los ejércitos de la OTAN, pero por el otro, me negaba a que controlaran cada aspecto de mi vida. Cuando me pidieron que me afiliara al partido SED, me negué y me echaron. No lo entendía. Por ley, uno no estaba “obligado” a entrar en las filas de partido para ser oficial militar.

No solo me expulsaron de la formación, sino como castigo -y esto era muy típico en la RDA- me “degradaron” de estatus. Me enviaron a Rostock a hacer el servicio militar raso y fue un infierno. Casi muero debajo de un blindado durante un simulacro en el agua. Quedé traumatizado.

"Volví a Berlín asqueado con el sistema y con la letárgica agonía de la sociedad. La gente se pasaba la vida esperando, esperando, esperando a que le ocurriera algo. ¡Como si estuvieran esperando a Godot!"

Me puse a trabajar en lo primero que encontré y en lo que mi “currículum” desvirtuado me permitía. Primero, como chófer de autobús de la Berliner Verkehr Betriebe (BVB) y luego, en una librería estupenda, que se llamaba “Kunstsalon”, en la Unter den Linden, donde hoy hay una enorme tienda de souvenirs.

La librería Kunstsalon en los años ochenta sobre la céntrica avenida Unter den Linden.

Gorbi, un "traidor" para la RDA. Un "mito" para los jóvenes.

Gorbachov llevaba un par de años en el poder y los conceptos glásnost o perestroika, habían calado como un mantra revolucionario entre los jóvenes. Queríamos un líder como"Gorbi". Sin embargo, públicamente no era aconsejable hablar de ello. Uno no sabía si iba a haber cerca un “informador” de la Stasi. En la RDA Gorbachov se veía como una especie de “traidor” que podía poner en riesgo la credibilidad del politburó alemán.

Para los jóvenes era un mito. Tuvo las pelotas de negarse a echar más cizaña en la carrera militar de la Guerra Fría.

"Hubieron tres grandes causantes del fin del socialismo: el deterioro de la calidad de vida, Gorbachov y Chernóbyl".

La Casa de la cultura y la ciencia soviética, en la Friedrichstrasse, brindaba a muchos reformistas de la RDA, un espacio para el diálogo crítico sobre la política interna e internacional.

A parte de las iglesias, otro de los "templos" donde, a finales de los ochenta, se podía criticar y discutir libremente sobre política era la “Haus der Sowjetischen Wissenschaft und Kultur”, la “Casa de la cultura y la ciencia soviética", en la Friedrichstrasse. Hoy es la "Casa rusa" y aún funciona en frente de lo que son las Galerías Lafayette. Era como el Instituto Cervantes para los españoles, pero, en este caso, soviético. En sus salas, debatíamos sobre la viabilidad alemana de las reformas de Gorbachov, o sobre el secretismo que envolvió el accidente de Chernobyl, auspiciado por el ala más conservadora del Kremlin. De vez en cuando, reconocíamos a algún agente de la Stasi husmeando en las charlas. El ambiente era tenso.

Con la vista puesta atrás, en mi opinión hubieron tres grandes causantes del fin del socialismo: el deterioro de la calidad de vida, Gorbachov y Chernóbyl. En ese orden.

Dos realidades paralelas

A la gente joven, o a los más críticos, nos daba la sensación de que existían dos realidades paralelas. La que existía per se, y la que nuestros líderes políticos trataban de convencernos de que era la real.

Mi padre, alto funcionario de la RDA, era, obviamente, de los segundos. Nunca se dio cuenta de que su hijo, al que habían echado de la formación militar por no querer afiliarse al SED, tenía en su mesilla de noche libros prohibidos como “Rebelión en la Granja” o “1984” de George Orwell. Tampoco sabía, o no quería saber, que tras las puertas de mi habitación escuchaba una radio "enemiga", la AFN, la “American Forces Network”, la emisora de los soldados americanos apostados en la Alemania aliada. Tenían mejor música.

"Mi padre me dejó de hablar por participar en las marchas de Leipzig"

Marcha prodemocracia del lunes 9 de octubre de 1989 en Leipzig. Su pancarta grita: 'Libertad'. picture-alliance / dpa

A principios de otoño del 89 comencé a participar los lunes en las manifestaciones de Leipzig. Quería honrar mi opinión propia. Mi padre se enteró y tuve una bronca descomunal. Le expliqué que con la ley fundamental en la mano, los manifestantes tenían todo el derecho a salir a reunirse y a protestar en las calles. Me dijo que si tanto simpatizaba con ellos, que me podía ir del país, como habían hecho otros miles durante ese verano a través de Hungría, Polonia y Checoslovaquia.

Le dije:

¿pero que no te enteras? Si nos vamos, os quedáis sin fuerzas, sin mano de obra, sin talento, sin futuro”.

Me insultó. Me dijo que había dejado de ser un hijo para él. Que era un traidor de la nación, un Vaterlandsverräter. Desde entonces, no nos hablamos.

Si te soy sincero, nunca pensé en dejar el país. Mis raíces estaban en Berlín y además no tenía familia fuera, como era el caso de muchos de los que huyeron. Fuera de la RDA me habría sentido un forastero.

"Casi se me doblan las rodillas del miedo que me entró"

Tras los desfiles por el 40º aniversario de la RDA, el centro de Berlín se llenó de protestas juveniles a favor de Gorbi, quien era el invitado estrella. Tras desalojar el centro, la gente se movió hacia el norte, a la iglesia Gethsemanekirche, en Prenzlauerberg, donde desde hacía días, varios grupos habían tomado el templo para exigir la liberación de los detenidos en otras marchas.

Habría unas 3000 personas. En la iglesia no cabía un alfiler. Era impresionante. Salí para hacer fotos desde un montículo delante de la fachada de la iglesia y mientras esperaba el momento oportuno para disparar, me quedé congelado. Casi se me doblan las rodillas del miedo que me entró. De repente empezaron a llegar tanques por las calles adyacentes. Los conocía muy bien de mi época en el servicio militar. Sabía lo que estaban dispuestos a hacer.

Meses antes, tras la masacre de Tiananmén, Honecker, había insinuado que esa sería una solución viable para las protestas en la RDA: disparar a los ciudadanos. Me asusté. Me quedé sin saliva ante la factible violencia inaudita que se cernía sobre nosotros. Me dio un miedo atroz. Al final los tanques no lanzaron fuego pero la policía detuvo a centenares de personas. Yo me salvé.

El miedo a que la contrarrevolución fuera superada como en el 53 en la RDA o en el 68 en Praga era latente.

"La chispa del cambio había prendido en la sociedad y no podían sofocarla"

Los dos meses previos a la caída del muro fueron una continuación imparable de acontecimientos. Las protestas antigubernamentales se sucedían, cada vez más concurridas, a la par que crecía la violencia por parte de la policía. El gobierno trató de lavarse la cara, cambiando a sus líderes más visibles: nos pusieron a Egon Krenz en el puesto de Honecker.

La gente no quería que les hicieran un swap de tirano. No se creían ese lavado de cara. Querían elecciones libres en las que decidir, por primera vez, quiénes debían ser sus líderes.

Pero la chispa del cambio ya había prendido en la sociedad y era imposible sofocarla.

"No fuimos todos como locos al muro”

🎥 [Cuando la bomba informativa de la apertura del muro de Berlín explotó en el mundo, Mirko estaba vendiendo libros y vinilos en la Kunstsalon. Cuando se enteró de la noticia horas más tarde, no salió corriendo a explorar el Oeste de la ciudad. Cruzó la frontera un par de días después. Y cuando lo hizo, tenía muy claro adónde quería ir.]

"Hasta que cayó el muro era sonrojante hablar públicamente de la reunificación"

No podemos reducir la caída del muro a aquel 9 de noviembre. Previamente tuvieron que sucederse muchos acontecimientos y cambios sociales y políticos, dentro y fuera de nuestras fronteras. Lamentablemente, aquella lucha opositora de los Hierbleibers, los que como yo, querían quedarse en el país para reformarlo-, tras el 9 de noviembre se fue al garete.

Además, aunque en la tele lo vendieran como que todo Berlín acudió al muro después del anuncio de Schabowski, no fue así. La mayoría nos quedamos en casa. Para el resto del mundo pareció justo lo contrario. Ese es un ejemplo más de las poderosísimas imágenes que crean las televisiones, que pese a no ser ciertas, quedan grabadas en la memoria colectiva.

Imágenes que, por otro lado, aceleran acontecimientos políticos impensables hasta ese momento. Antes de aquel 9 de noviembre, era casi sonrojante plantear en público la idea de la reunificación alemana, tanto para Ossis como para Wessis.

🗺️📍 Grellstraße: La geolocalización marca la calle en la que Mirko vivía cuando el muro se esfumó en 1989.
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