Gloria & Hans

A principios de los sesenta, Gloria (Bilbao, España, 1939), conoce al alemán Hans (ca. Scharmützelsee, Deutsches Reich, 1933) en una playa de Cantabria. Se enamora y lo deja todo para irse a vivir al "amurallado” Berlín Oeste, a escasos kilómetros del famoso "puente de los espías". Sin saberlo, la pareja se embarcará en una emocionante aventura -con huida incluida- en el enclave más decisivo de la Guerra Fría.

Hans:

Tenía 14 años cuando me mudé a Wannsee en el Berlín Occidental. Corría 1946, era plena posguerra, y una tía mía se había quedado viuda y necesitaba compañía. Su marido había muerto por una septicemia. Creemos que contagiado por una avispa infectada por las decenas de cadáveres que aún habían desperdigados por esa zona.

Además quería estudiar medicina y hubiera sido prácticamente imposible ingresar en una universidad en la zona de ocupación soviética, que abarcaba el lugar donde nací, cerca del lago Scharmützelsee. El resto de mi familia se quedó en ese lado, a pocos kilómetros de Berlín y podía ir a visitarlos cuando se me antojaba, incluso cuando se fundaron oficialmente la RFA y la RDA en 1949. Todo eso se truncó en el verano del 61.

"No sabía si iba a poder volver a casa"

El 13 de agosto de ese año, disfrutaba de unas vacaciones en Castro-Urdiales, un pueblecito costero de Cantabria, cuando por la radio dieron la noticia de que la RDA había levantado un muro alrededor de todos los sectores occidentales de Berlín. Me costó creerlo. ¡Tenía que ser una broma! Entonces, aún no sabía si iba a poder volver a mi casa.

Postal del municipio cántabro Castro-Urdiales en los años sesenta.

Tomé el coche de vuelta a Berlín Oeste. Hice el camino atemorizado. Por suerte, pude cruzar la frontera entre la RFA y la RDA, y después a través del transit, hacia Wannsee.

Peor suerte corrieron unos amigos que la madrugada en la que levantaron el muro, les pilló en el otro lado de la ciudad de fiesta. En su casa, en Berlín Este, tenían preparada la comida para el día siguiente y se quedaron con lo puesto, y con la mesa montada en el otro lado del muro.

Aquel verano ignoraba los años que iban a pasar sin poder ver ni a mi madre, ni a mi hermano.

Alemán conoce a vasca

Sin perder la tradición, el verano siguiente volví a Castro-Urdiales y conocí a Gloria.

Gloria:

Me enamoré de Hans. Lo visité un par de veces en Wannsee, y en el 1964, me casé con él, sin conocer casi nada de Alemania y sin hablar alemán. A la aventura. Las primeras veces no vi el muro y cuando más tarde lo hice, tampoco me impactó. Como Berlín es tan grande, es tan amplio y tiene tanto verde, el muro pasaba desapercibido, aunque lo hiciera muy cerca de aquí.

Hans:

Vivimos al lado del muro. Si sigues nuestra calle hacia el oeste, empieza un bosque y justo después, llegas al puesto fronterizo sobre el puente Glienicke. El muro pasaba paralelo por el cauce del río.

El puente Glienicke cruza el río Havel y conecta el distrito Wannsee de Berlín occidental con Potsdam, capital de Brandeburgo, en la RDA. Tras la construcción del muro, se prohibirá el tránsito para los germanoorientales.

"Aproveché mi pasaporte español para ir a ver a mi suegra del lado comunista"

Gloria:

Aproveché mi pasaporte español para ir a Berlín Este a ver a mi suegra ¡por primera vez! Sí, llevaba años casada con su hijo, pero por culpa del muro, aún no la había conocido. Ella, hasta su jubilación, lo tuvo muy difícil para venir a nuestro lado. Aquella primera vez fue inolvidable. Antes de ir, me pasé varios días preguntándole a Hans cómo era su madre. Fui con miedo. Iba a visitar otro país en mi misma ciudad.

Tuve que tomar un S-Bahn hasta la estación de Friedrichstraße donde estaba el paso fronterizo. Tras el control de la policía y el cambio protocolario de 25 DM a 25 Ostmark, salí a Berlín Este. Había muchísima gente esperando. Levantaban el cuello para ver si reconocían a sus familiares. Fue difícil distinguirla pero la encontré y nos fuimos a comer.


 
A partir de aquel día, cada vez que volvía, quedaba con ella directamente en el restaurante de la Ópera estatal, en la Unter den Linden, muy cerca del paso de la Friedrichstraße. De la carta siempre nos pedíamos lo más caro, que creo que era el solomillo. Al final pagaba yo, y aún me sobraban marcos de la RDA. Era todo muy barato. El resto se lo quedaba siempre ella. Comprar cosas, a parte de libros era difícil, pues todo era bastante horrendo.

Si bien Berlín Este, era considerado el “escaparate internacional de la RDA”, donde estaban, en teoría, las mejores tiendas de ropa, nunca me compraba nada. Por pura curiosidad, visité el gran centro comercial, aquel de la Alexanderplatz -que sigue existiendo hoy en día-. Entonces se llamaba Centrum Warenhaus y me sorprendía ver las estanterías medio vacías, con poca variedad y todo de muy mala calidad. Imagínate, llegué a conocer a personas que cuando cruzaban del lado comunista, se vestían de forma sobria para no llamar mucho la atención. Si sospechaban que eras Wessi, la gente te solía pedir que les enviaras cosas.

Departamento de abrigos en el Centrum Warenhaus de Alexanderplatz, en Berlín Este. Emblema del pudiente nivel de consumo del 'proletariado' en la capital de la RDA.

"Llevaba latas porque me encantaba hacer rabiar a los guardias"

Cuando después comencé a ir más a menudo, solía llevar chocolate, revistas, café y siempre latas. Sí, latas. Lo hacía para cabrear. Y es que estaba prohibido pasar envases herméticos a la RDA. En los controles fronterizos, cuando los guardias me registraban y me explicaban mil veces que no estaba permitido, hacía como que no sabía alemán para que me lo explicaran todo otra vez. Me divertía así. Aunque, al final, me hacían rabiar ellos a mí. Me tocaba siempre dar media vuelta y regalar las latas o abandonarlas en algún lugar.

Control de la estación de Friedrichstraße para los visitantes occidentales, previo al acceso a la capital de la RDA. Como Gloria, la mayoría de visitantes civiles y sin automóvil, utilizaban este paso fronterizo.

Al regresar a casa, en cambio, había que pasar por el Trännenpalast, el "Palacio de las Lágrimas". Se le puso popularmente ese nombre porque frente a sus puertas siempre te encontrabas a gente llorando mientras se despedían. Era el último momento en el que, antes de volver a cruzar el muro, familiares, parejas o amigos se veían, hasta la próxima visita.

El último intercambio de espías de la historia

Gloria:

Nunca olvidaré aquel intercambio de espías sobre el puente Glienicke, que como decíamos, quedaba muy cerca de nuestra casa. Revolucionó el barrio. 
 
La RDA iba a entregar al disidente soviético Sharansky -quien se había pasado 9 años en un Gulag-, a cambio de los espías chescoslovacos: Karl y Hana Koecher por parte de la RFA. El intercambio estaba programado para el 11 de febrero de 1986, y fue el primero y el único con público de los tres que se hicieron en total.

Hacía muchísimo frío. Nevaba. En la víspera me acerqué hasta el puente en bici para ver qué se cocía. ¡Y vaya si se cocía! Había periodistas de todo el mundo. El intercambio era todo un acontecimiento internacional, con furgonetas de diversos medios. Estaban cocinando unos “Gulaschkanone” para todos los presentes. Eran unas enormes ollas humeantes con comida, como las de las cocinas de campaña que montan en los frentes de guerra.
 
Instalaron, además, espejos en algunos andamios para que los espectadores pudieran tener una mejor visión del puente. Había un cordón de seguridad de unos 30 metros.

Sharanski es escoltado por el embajador de EE.UU. Richard Burt tras cruzar la frontera en el puente de Glienicke el 11 de febrero de 1986 durante un intercambio de espías y prisioneros Este-Oeste en Berlín. AP Photo/Heribert Proepper.

El mismo día del intercambio, cuando regresaba a casa en coche, me topé de casualidad con el convoy de norteamericanos, escoltado por la policía alemana y con Sharanski ya a bordo de uno de sus coches. Fue muy emocionante.
 
Exceptuando los tres intercambios de espías que se hicieron sobre el puente de Glienicke, normalmente en los alrededores de nuestra casa, en el barrio de Wannsee, no ocurría nunca nada. No había ni farolas. Más allá de unas pocas villas y una cabina telefónica, casi todo era y sigue siendo bosque. Por aquí, al ser una zona tan alejada del centro de Berlín y frontera con la RDA, solo veíamos pasar a los aliados.

Cuando nuestras hijas era jovencitas y volvían de algún festejo, iban con sus coches hasta el puente, ponían la música a todo trapo y bailaban delante del puesto fronterizo. Los guardias siempre les pedían que se fueran a dar la lata a otro sitio. También fue el lugar donde hicieron sus primeras vueltas conduciendo porque nunca había tráfico.
 

La vida del otro lado del muro

A partir de los setenta, Hans y nuestras hijas ya pudieron cruzar al lado oriental con los famosos Berlín Oeste que permitían visitar la RDA o Berlín Este en ocasiones especiales como navidad o pascua. Se comenzaron a otorgar en la navidad de 1963 y se facilitaron en masa en la década de los 70.">Passierscheine y visitar tanto a la abuela como a mi cuñado, el hermano de Hans, que vivía con su familia en Potsdam, entonces en territorio de la RDA.

Hans:

Los Berlín Oeste que permitían visitar la RDA o Berlín Este en ocasiones especiales como navidad o pascua. Se comenzaron a otorgar en la navidad de 1963 y se facilitaron en masa en la década de los 70.">Passierscheine eran como una especie de visado. Teníamos que pedirlos en una oficina en el barrio de Steglitz, aunque también había otra en la estación de Bahnhof Zoo. Se notaba que los funcionarios eran ciudadanos de la RDA. Iban uniformados con unos trajes marrones y tenían la misma expresión seria en la cara. Los traían por la mañana desde el otro lado del muro y se los llevaban a las cinco de la tarde de vuelta a casa.

Gloria:

Recogíamos los visados tres días más tarde. Siempre nos lo aceptaron. Ten en cuenta que era una entrada de divisas. Todos tenían que pagar al acceder a la RDA. Nosotros desembolsábamos un total de 80 DM: 25 cada uno y 15 por cada una de nuestras hijas. Con los 80 DM transformados en 80 Ostmark de la RDA, las dos familias podíamos comer muy bien en cualquier restaurante en Postdam.

"Acabábamos hablando siempre de política"

Mis cuñados en la RDA eran un contacto directo con la realidad política de ese otro lado del Telón de Acero. Y ellos con la nuestra. Casi siempre hablábamos sobre política. Al principio, por lo bajini, al final de los ochenta, ya no tanto. La gente no aguantaba más.

Eso sí, cuando llegábamos a su casa, mi cuñada Anne miraba siempre en todas partes. Temía que les hubieran instalado micrófonos. Estaba un poco paranoica. Sobre todo, después de que unos vecinos suyos hubieran huido a Occidente un día por sorpresa. En casos así, la Stasi buscaba siempre cómplices o posibles seguidores entre los vecinos.

Escena del film 'La vida de los otros' de Florian Henckel (2006). Un agente de la Stasi escucha conversaciones de supuestos disidentes de la RDA, a través de micrófonos ocultos instalados clandestinamente en sus casas.

Sin la garantía total de no estar siendo vigilados, mis cuñados se desahogaban con nosotros cuando hablaban de política. Lo que les atormentaba, no era tanto la falta de cosas materiales, sino de libertad. Y lo que más rabia les daba era que trataran de manipular a sus hijos.

"Les daba rabia que en el colegio trataran de manipular a sus hijos"

En el cole, mis sobrinos tuvieron que ser los mejores estudiantes para poder acceder al bachillerato. No les quedaba otro remedio. Y es que mis cuñados no estaban afiliados al partido oficialista del SED. Ellos eran una especie de "enemigos del sistema" por pertenecer a la Iglesia protestante, que no estaba bien vista en la RDA. Lo que pasa es que eran muy útiles para el sistema: él era ingeniero y ella médico, y hacían muy bien su trabajo.

Corrieron lágrimas cuando mi sobrina Christiane se quiso matricular en Medicina y no le aceptaron pese a tener unas notas fantásticas. En la RDA te sometías a una especie de comité escolar para poder acceder a los estudios universitarios. Y ella no lo pasó.

Hans:

El enfado de mi hermano era tal que incluso le escribió una queja al presidente Erich Honecker. A raíz de aquello, consiguieron una cita con una funcionaria que les ofreció, en su lugar, que estudiara Odontología. Mi sobrina lo asumió a regañadientes, porque su sueño era estudiar Medicina como su madre.

Gloria:

¿Por qué no se lo dieron? Más tarde nos enteramos de que tenía varias manchas en su expediente civil secreto, el famoso Akte que todo ciudadano de la RDA detentaba desde aproximadamente los 14 años. En ese informe había quedado registrado “en rojo” que durante la asignatura obligatoria de Defensa Nacional, la llamada Landesverteidigung, mi sobrina se negó a disparar a un muñeco.

En el documento sentenciaron que era “poco fiable” para la defensa del país. También criticaron una redacción que escribió en el instituto en la que denunciaba el maltrato al que estaban sometidos los minusválidos en la RDA. Ella conocía bien el tema porque su madre, mi cuñada, estaba especializada en parálisis cerebrales.

Entrevista con el abogado más famoso de la RDA

Aquello fue la gota que colmó el vaso y se plantearon seriamente salir del país. Era 1987 y un amigo español que tenía contactos en el gobierno, les procuró una entrevista con Wolfgang Vogel. El abogado de la RDA que gestionaba los permisos de salida importantes. Todo pasaba por él. Era famosos porque conducía un mercedes dorado y participaba en los intercambios de espías.

Wolfgang Vogel, a caballo entre el Este y el Oeste. Durante la Guerra Fría, el extravagante letrado logró liberar a casi 34.000 presos políticos de las cárceles de la Stasi y enviarlos al otro lado del muro. Por aquellas gestiones se estima que se embolsó, al menos, 3.500 millones de marcos alemanes. Conducía un Mercedes dorado.

Las conversaciones llegaron a un callejón sin salida cuando mi cuñado dijo que trabajaba como ingeniero en algunos proyectos con la Unión Soviética en el norte de Berlín. Vogel le preguntó si había firmado un documento de confidencialidad como “portador de secretos”. Y ese era el caso. Entonces Vogel le dijo que si deseaba ir a la Alemania Occidental, tenía que anular, sí o sí, ese papel. Vogel era un mediador, pero no podía pasarse de la raya. Al final se resignaron.

Una huída de película

La que no aguantaba más era mi sobrina. Como te decía, estudiaba Odontología y estaba harta, tanto del sistema político como de los pocos recursos técnicos que tenía la Universidad Humboldt, donde cursaba sus estudios. Urdimos un plan para que, al menos ella, se escapara. Te cuento.

El 1 de junio de 1989 mi suegra cumplía 80 años. Ella ya se había venido a vivir aquí tras su jubilación y residía en una residencia porque tenía párkinson.

Entonces, le dijimos que pidiera un visado para venir al “cumpleaños redondo” de su abuela. Se lo concedieron tanto a ella como a mis cuñados. Mi sobrino se tuvo que quedar en la RDA. Lo hacían aposta para que les aceptaran el visado. Era como una especie de rehén. Una familia entera no podía irse al otro lado.

Mi sobrina se trajo solo un camisón y su clarinete. No tenía que parecer en ningún caso que estaba huyendo del país al pasar por el control fronterizo.

Sus padres sin embargo no lo tenían muy claro. La celebración en nuestra casa se alargó hasta las tres de la mañana. Debatíamos sobre la huída de mi sobrina.

Nosotros: “Te quedas”.

Mi cuñado -que es un poco cagado-, decía: “No te quedas”.

Estaba sobre todo preocupado por las consecuencias que les acarrearía. Temían que no les permitieran salir jamás del país como represalia.

Al final mi sobrina decidió apostar por su futuro y se quedó con nosotros en Wannsee. Ellos, nada más regresar, fueron al piso de Christiane en la Schonhauser Allee de Berlín Este, recogieron lo que pudieron y denunciaron su huida a la policía.

Fue la única forma de que las autoridades no creyeran que habían sido cómplices de la fuga de su hija. Precintaron aquel piso y nunca más volvieron. Por suerte, no tuvieron ninguna reprimenda por parte del sistema y mi sobrina acabó licenciándose como odontóloga en Occidente y le ha ido muy bien.

Aunque bueno, todo aquello ocurrió a sólo unos meses de la caída del muro...

"Estábamos alucinados"

🎥 [El 9 de noviembre de 1989 ni Gloria ni Hans podían dar crédito a la noticia que abrió el informativo de la noche: el muro de Berlín había caído sin que se derramara una sola gota de sangre. Al vivir a pocos metros de un puesto fronterizo, esta pareja germano-española experimentó "absolutamente alucinada" cómo, de la noche a la mañana, comenzaron a llegar masas de gente a su tranquilo barrio de Wannsee.]

Masas de gente llegan a Berlín

Gloria:

Tras la apertura del muro, llegaron masas de gente a Wannsee desde la vecina Potsdam. Lo hacían generalmente a través del puente Glienicke. Tal como iban pasando, los del barrio abrían mesas de camping delante de sus casas y les ofrecían pasteles o café. También llegaron camiones con plátanos y con flores para los recién llegados.


 
Al caer la tarde y tras visitar Berlín -iban locos por ver la Kudamm-, la mayoría daba media vuelta y hacía el camino inverso hacia la RDA. El problema es que la administración de Berlín Occidental no fletó suficientes buses para trasladar a todos aquellos germanoorientales desde la estación de Wannsee hasta la frontera con Potsdam, que es un trecho de unos 3 o 4 km. Muchos resignados volvían andando. Más de una vez me ofrecí voluntariamente a acercar a gente hasta el puente.

Uno de aquellos días, al volver a casa, me acordé de que ese año Hans había dicho convencido con unos amigos:

"Yo no entiendo que un país vaya a estar toda la vida dividido como está Alemania. Algún día tiene que unirse".

Y le contestaron:

"Hans, eres un Quijote".

Y al final tenía toda la razón.

📍🗺️ Wilhelmplatz, Wannsee: La geolocalización marca el barrio berlinés en el que transcurre casi toda la historia de Gloria y Hans. Allí, muy cerca del famoso "puente de los espías", se encuentra, aún hoy, su domicilio. Una pareja de lucidez envidiable, a la que desde aquí agradecemos que nos abriera las puertas de su casa y el baúl de sus valiosos recuerdos.