Para mí la RDA no se diferenciaba mucho de lo que significó la dictadura de Franco para los españoles. Empalmamos 60 años de regímenes autoritarios: primero los nazis, después, el yugo socialista del SED.
Vivíamos lejos del muro porque a mi padre le dolía. No lo podía ver. Era berlinés de nacimiento, y como a todos aquellos que tenían familia del otro lado, su mera existencia les destrozaba por dentro y en silencio.
Mi padre era médico y mi madre enfermera. Tenían un buen puesto de trabajo porque eran útiles para el sistema, aunque políticamente jamás se sintieron satisfechos. Una de las primeras cosas que aprendimos de niños era a mantener el pico cerrado, en la calle y en la escuela: nada de criticar abiertamente al SED, a la Stasi o al socialismo.
Soy el mayor de 5 hermanos. Tengo una hermana un año menor, de la que luego te contaré algo.
En el colegio nos enseñaban que la RDA era el mejor país del mundo. Sólo superados, si eso, por la URSS (y tampoco tanto). ¿Y el muro? Un daño colateral y sobre todo, necesario.
Nos vendían al líder comunista de turno como un tipo de costumbres, cercano, al que le gustaba comer platos sencillos y hacer deporte con otros camaradas: el buen socialista, el hombre modelo. Había una foto suya colgada en cada clase. Primero (Walter) Ulbricht, después Honecker.
Nuestros padres nos metieron en las juventudes marxistas de las FDJ para poder garantizarnos estudios superiores. No era obligatorio, pero en la práctica sí. Fui a buenas escuelas, esas en las que la RDA ponía sus esperanzas de perpetuación. Debíamos ser la élite del futuro, una clase en la que se aunaba el talento académico y la adhesión al ideario socialista. Claro, en teoría.
Cuando los profesores nos preguntaban si veíamos o escuchábamos emisoras occidentales siempre lo negábamos. No nos íbamos a arriesgar a que acabara mecanografiado en un archivo secreto de la Stasi.
Sin embargo un día, mientras debatíamos sobre "qué queríamos ser de mayor" (un ejercicio "inocente" que luego el régimen podía usar en tu contra), mi compañero Frank sijo que sí, que todas las noches sintonizaba la tele occidental. A la profesora se le pusieron los ojos como platos. Pero lo mejor fue la justificación de mi compañero:
“Mira, es que quiero ser un agente de la Stasi”, dijo y añadió convencido: “por eso tengo que estar enterado de las tácticas de manipulación del enemigo”.
Nosotros explotamos con una risa nerviosa y Frank fue enviado a dirección. Días después fue entrevistado por unos agentes del ministerio de Seguridad, quienes al parecer, vieron en aquel gesto una provocación grotesca. Nos contó que le dijeron que jamás contratarían a un tipo que airea orgulloso que ve la Westfernsehen y mucho menos a quien dice abiertamente que va a ser miembro del organismo SECRETO.
En la Conferencia de Helsinki de 1975, durante un acercamiento entre las dos Alemanias, la RDA se comprometió a firmar un acuerdo de movimiento internacional. Una medida que debía permitir que cualquiera pudiera solicitar un visado para salir de la órbita socialista, y por ende, cruzar el muro dirección Occidente. Hasta entonces, había sido prácticamente imposible.
Sin embargo, aquello fue, a parte de un lavado de cara ante la comunidad internacional, una gran trampa.
Primero, porque rechazaban casi todas las solicitudes. Segundo, porque a partir de ese instante te convertías automáticamente en un "traidor" para el Estado. Y tercero, en el raro caso de que te la aceptaran, te chantajeaban con una contrapropuesta “que no podrá rechazar”, al estilo Corleone, tipo: “hemos visto que su hija es una bailarina de ballet con un futuro prometedor. Si se queda aquí le podríamos ofrecer una plaza en la distinguida academia X de danza. Sería una pena que perdiera esa gran oportunidad ¿No cree?”.
Entre el 78 y el 80 fui obligado, como el resto de chicos, a hacer el servicio militar. No me pude quedar en Berlín, donde generalmente empleaban a los soldados en la vigilancia del muro. Para ello, elegían a muchachos de otras partes del país. Tenía su lógica perversa, como casi todo en la RDA: hubiese sido demasiado arriesgado poner a un joven berlinés a controlar un muro que seguramente querría cruzar. Me designaron una caserna cerca de la frontera polaca.
Allí me di cuenta de que había otros muchos jóvenes descontentos como yo.
Recuerdo aquel 20 julio 1979 como si fuera ayer, porque además era el día de mi cumpleaños. Estábamos apostados cerca de Szczecin. Nos despertaron en medio de la noche y nos obligaron a enfundarnos en un uniforme de entrenamiento completamente negro. Teníamos que salir urgentemente a cazar un desertor que había huido con todo su armamento.
La escena era de terror. Imagínate: dos mil militares caminando sigilosos a través de un bosque de noche, armados y con orden expresa de disparar. Éramos fantasmas nocturnos buscando a otro fantasma.
Tras varias horas peinando el terreno el fugitivo apareció. Llamaron al cuartel desde el bar de un pueblo cercano. El prófugo se había pasado la noche emborrachándose y acabó vendiendo sus armas y su munición para poder seguir bebiendo. Supe que lo arrestaron y fue a juicio. Con suerte le caerían entre dos y cinco años de cárcel.
Aquello me marcó de por vida. No quería volver a empuñar un arma jamás. Y eso, por supuesto, me trajo consecuencias.
Al regresar del servicio militar comencé unos estudios para ser ingeniero urbano. Suspendí el examen troncal de estadística y no me quisieron dar una nueva convocatoria. Qué casualidad, pensé. Poco antes, había dicho que no deseaba formarme como reservista del ejército. En realidad eran solo 6 meses de adiestramiento, pero por narices, me negué. Y me lo hicieron pagar.
La RDA jugaba con tus inquietudes académicas y profesionales. “Tú, un hombre joven y sano que no quiere defender con su propia sangre el ideario, tampoco harás lo que te gusta”. Te arrebataban tus sueños que, en una nación donde prácticamente no existía el desempleo, se reducían a tener un trabajo cualificado, que te gustara de verdad.
Esa orden quedaba escrita en el Kaderakte que te comenté anteriormente. Si tu expediente laboral estaba manchado, en la mayoría de los casos solo estabas autorizado a hacer labores manuales, mecánicas y aburridas.
Me costó mucho encontrar trabajo. Tras varias entrevistas positivas, al final siempre me acaban rechazando cuando accedían a mi Kaderakte. Era una oveja negra a la que denigrar.
Terminé como barrendero en una iglesia. Fue el único lugar en el que fui aceptado. Conmigo había un chico que había sido ingeniero y otro, profesor. Los dos habían solicitado el visado para salir del país.
Conocí la historia de un médico que tras pedir el visado de salida no perdió su trabajo -porque los líderes comunistas no eran tontos y los médicos, muy útiles-, pero al que como represalia, le destinaron a un pueblo apartado en el interior de Sajonia.
El odio por el sistema enfermizo en el que me tocó vivir se acrecentó con el tiempo y llegó a su apoteosis cuando me arrebataron a mi hermana en 1985. Se casó con un berlinés occidental al que conoció en uno de sus viajes a Polonia. Tras el matrimonio, y su primer traslado a Berlín Oeste, no le permitieron ingresar más a la RDA.
La desterraron por haberse aliado con el enemigo. Para verla, solíamos encontrarnos con ella en Praga. Hacíamos viajes para ver a mi hermana. Cada vez que nos despedíamos era desgarrador. Y todo por unos políticos malnacidos.
Como cualquier otro joven me interesaba por todo lo prohibido. Y el muro lo era. Mi fantasía imposible era poder cruzarlo un día. Tal vez no sabes que además estaba terminantemente prohibido fotografiarlo. Excepto que lo hicieras desde la Puerta de Brandeburgo, que era uno de nuestros puntos turísticos estrella.
A mi hermano Stefan y a mí nos encantaba la fotografía. En la RDA era un hobbie muy común, y muy íntimo si como en nuestro caso, sabías hacer el revelado artesanal. Así evitabas que el del estudio de fotografía pudiera inmiscuirse en tu vida.
Un día, mi hermano Stefan se propuso fotografiar clandestinamente el muro que quedaba frente al paso fronterizo del puente Oberbaumbrücke que queda sobre las vías del tren metropolitano. Para ello se subió a la azotea de un edificio cercano y mientras estaba tomando fotos, le pillaron en flagrante delito.
Un comando de la policía lo arrestó y lo llevó al calabozo. Pero, ojo, que mi hermano tenía un plan. Y es que vivir en la RDA te hacía muy avispado. ¡Llevaba consigo fotos de trenes! Dijo que era un fan de los trenes y que "solo" estaba fotografiando las vías. Estuvo detenido durante un día entero mientras la Stasi le revelaba su carrete. Al final lo liberaron bajo fianza. Aún le fastidia que se quedaran con las fotos.
La fotografía está muy ligada a mi experiencia personal del 9 de noviembre. Esa tarde había quedado con un amigo para revelar unas fotos. Éste quería regalarle un álbum a su madre por su cumpleaños que se iba a celebrar el día siguiente en Potsdam, muy cerca de Berlín...
🎥 [Bert había quedado con un amigo para revelar unas fotos. Iba a ser una tarde de otoño cualquiera en Berlín Este. Lo que ninguno se imaginaba era que horas después cruzarían la franja de la muerte o el periplo de película que protagonizarían aquella noche en la que les cambió la vida].
Mi amigo, por cierto, se volvió el héroe de la fiesta del cumpleaños de su madre, en la que todos escucharon con incredulidad nuestra epopeya extramuros.
Desde aquel día, inventamos una nueva rutina: al salir del trabajo nos íbamos a explorar ese "lejano Oeste" que, de repente, se había vuelto alcanzable.
Era como si nuestra ciudad se hubiese multiplicado por dos. Y en realidad, así fue. Fue grandioso.
Cada nueva experiencia, aquellos primeros días, tenía el sabor excitante de las primeras veces y estábamos en una euforia constante.
Era como si te hubieras pasado toda una vida jugando a la lotería y el día menos pensado te enteras por la radio de que eres millonario. Bueno, tú y tu amigo.
🗺️📍 Hoy Bert tiene 62 años y trabaja como guía turístico en la antigua central de la Stasi. Sigue viviendo en Berlín oriental, muy cerca del piso de la Mühsamstr. 43, la geolocalización de su relato en el mapa, desde donde escuchó por radio aquella “noticia sensacional” que le cambió la vida para siempre.