Annette Barner

Annette (Selva Negra, Alemania Occidental, 1961) de mirada punk y eléctrica, tenía apenas 20 años cuando se mudó a Berlín Oeste; o como ella lo llamaba, "la isla de los afortunados". Allí se movió como pez en el agua en la escena de moda del momento. El ídolo rock de la época Blixa Bargeld de los Einstürzende Neubauten o la escritora Christiane F., se contaban entre sus amigos más íntimos. Su inagotable energía en las pistas de baile le valió el sobrenombre de "wilde Füßchen" ("piececillo salvaje").

Llegué a Berlín Oeste en 1981 con solo viente años. Huía del olor a alcanfor del pueblo en el que crecí en la Selva Negra. Soñaba con irme muy lejos de allí, estudiar politología y comenzar una nueva vida. Berlín no solo me gustaba, me entusiasmaba. Ya la había visitado y sabía que algún día acabaría radicando mi culo de mal asiento en esa extravagante ciudad. A principios de la década de los ochenta había tres “mecas” principales a las que la gente joven iba a estrenar sus vidas: Múnich, para los pijos, Hamburgo para snobs y neoliberales, y Berlín para las "almas libres", como yo.

Berlín Oeste, la “isla de los afortunados”

El muro me daba absolutamente igual. Sí, era un tostón toparte todo el tiempo con "calles sin salida”, pero eso hacía a la ciudad caprichosa y especial. La llamábamos "Der Insel der Seeligen" ("la isla de los afortunados"), cuyos habitantes estaban siempre en las nubes.

En Berlín Oeste los chicos no estaban obligados a hacer el servicio militar y eso provocó un efecto llamada para muchos jóvenes de todo el territorio de la Alemania Occidental, que por evitar coger un arma decidían encerrarse durante sus mejores años de juventud en una ciudad “amurallada”. Había para elegir: hippies, artistas, rockeros, pacifistas, que en el fondo eran las "ovejas negras" de su familia abanderando "rebeldía" y eso, me chiflaba.

Geniale Dilletanten - Club Risiko, Berlin, 1981. Imagen: Anno Dittmer.

Espera, espera. Obvié un pequeño detalle: a Berlín no llegué sola. Lo hice con mi novio del pueblo. Condujimos 10 horas sin parar en un furgón repleto de ropa y muebles que había heredado de mi abuela. Ya habíamos apalabrado por teléfono un alquiler en el barrio de Kreuzberg y cuando llegamos el arrendador nos dijo que le había entregado el piso a otras personas.

La primera en la frente. ¡Vaya bienvenida! Un absoluto desastre. Aprendí muy rápido que, lejos de la rectitud alemana, Berlín fue, es y será siempre muy sui generis: no hay formalidades ni promesas que valgan.

"Berlín fue, es y será siempre sui géneris”

Por fortuna encontramos un piso con un contrato temporal en Moabit, que por entonces era un barrio muy guay. Pero a mi chico no le convenció. No quería vivir en este desmadre de ciudad. Así que cogió la furgoneta, dio media vuelta y regresó al pueblo. ¡Me dejó sola el maldito!

Y eso no quedo ahí. Cuando abrí por primera vez el armario de aquel piso en Moabit, me topé con una extensa colección de polaroids con capturas de gente anónima desnuda y escenas porno. Los vecinos me contaron que mi predecesor había sido un proxeneta. Era todo muy desconcertante y me sentía sola y asustadísima.

The Clavert Journal - @go_pasha_go

"Mi primer mote berlinés fue 'HWG'"

El desconsuelo me duró poco. Las nuevas amistades llegaron solas. Según qué opiniones, incluso demasiadas, como era el caso de las señoras mayores con las que compartía planta. Mi primer apodo berlinés fue “HWG”, Häufig wechselnde Geschlechtspartner. Literalmente: “persona que cambia frecuentemente de compañero sexual”. Una forma elegante de llamarme ramera. Como vivía al final del pasillo y ellas eran unas cotillas, se pasaban todo el día comentando cada visita que cruzaba el umbral de mi puerta. Pensaron incluso en denunciarme. ¿Te imaginas? Tuve que hablar con ellas y convencerles de que los chicos que pasaban la noche conmigo eran SOLO amigos.

Tal y como había planeado, me matriculé en la carrera de Politología en la Freie Universitat. Duré un semestre. Me lo pensé mejor y me inscribí en una formación de arte dramático. Fui niñera de una pareja de actores y gracias a ellos accedí al mundo del cine como actriz de doblaje. Soy el grito (en alemán) de una de las primeras víctimas de Tiburón 3. 

"Llamaba mucho la atención y a la vez, Berlín era la ciudad perfecta para disfrutar del anonimato"

No me costó mucho hacerme un hueco en la escena underground berlinesa. Todo el mundo empezó a reconocerme porque era muy llamativa. Vestía casi siempre de blanco o negro y llevaba sombreros enormes. Lo mejor de Westberlin era que a todo el mundo le importaba un pito cómo fueras vestida. Era el mejor lugar del mundo para disfrutar del anonimato, de la libertad sexual y en general, de todo tipo de libertades.

También trabajé en un cabaret: el desaparecido “Café Potsdam”, en la Postdamerstraße. El local había sido anteriormente un bar de ambiente y habían preservado el mobiliario. En la sala trasera había una camilla de ginecología y en otra, una cama enorme con unas fundas de piel de tigre. 

No te voy a confesar todas las fechorías que aquellas paredes atestiguaron, pero sí te puedo decir que muchos de nuestros clientes eran abiertamente masoquistas. A veces pedían que les mearan encima, que les quemaran cigarrillos en la piel o ser tratados como perros. Literalmente. 

Recorte de periódico de la época en una libreta de Annette: 'Club de negocios busca chicas simpáticas mayores de 18 años para recepción, caja y animación, también por horas. Presentación a partir de las 19h.' Y Annette comenta: Y ya de paso, por qué no llamarla 'animadora'.

Algunas compañeras iban vestidas de lolitas y trabajaban, si querían, como chicas de compañía, pero no necesariamente tenían que consumar sexo con los clientes. Otras, como yo, las camareras, íbamos de dóminas, con huesos en los cinturones, y mucho maquillaje negro. A lo Siouxsie and the Banshees.

"Comencé a codearme con gente que salía en portadas de revistas"

Tras la oscura odisea bautismal que todo aquel que llega a esta ciudad ha de atravesar, por fin encontré un piso legendario en la Nollendorfstraße, en el corazón de la escena LGBT de la ciudad. Allí comencé a codearme con gente que salía en portadas de revistas.

Uno era Blixa Bargeld el front man de una de las bandas de rock alemanas que más lo petaba en aquella época: los Einstürzende Neubauten. Blixa salía por entonces con mi compañera de piso Iris, y vivía más en nuestra casa que en la suya. Lo conocimos mientras complementaba lo que ganaba en los conciertos, con las propinas que le daban sirviendo birras tras la barra del Risiko, el antro por antonomasia de las after-parties berlinesas de aquellos años. 

Álbum privado de Annette, con recortes de periódico y fotos del chico del momento y amigo, Blixa Bargeld.

Como comprenderás, aquel piso era un absoluto descontrol y sí, salíamos prácticamente todas las noches a quemar la ciudad. 

La fauna nocturna quedaba normalmente en el Mitropa o el popularmente conocido como Café M, cerca de la Wittenbergplatz -y que hoy aún existe (Goltzstraße, 33)-. Era un local raro y ecléctico. Allí podías ver a los típicos clientes de la casa, gente bastante normal, tomando sus cafés y leyendo el periódico, mientras compartían barra o mesa con algunos de los personajes referentes de la vanguardia queer, artística y hype de la época. Blixa era uno de ellos. Al atardecer solían poner vinilos de Sonic Youth a todo volumen, tanto, que era hasta difícil entenderse si estabas dentro del local. Y en el fondo nos daba igual. Nosotros no íbamos precisamente allí para hablar...

Annette: El Café M era un bar muy ecléctico. Se juntaba el típico cliente de la casa con la vanguardia queer, artística y hype de la época. Imagen: cafe-m.de.

Dschungel, el "local de culto del momento"

Entrada la noche peregrinábamos a pie hacia el Dschungel: el local de culto del momento, la contraparte berlinesa del neoyorquino Studio54, en la Nurembergerstr. 53.

Como en el local de Manhattan, fuera languidecía siempre una interminable cola de pretendientes. Algunos esperaban horas bajo temperaturas siberianas para acabar siendo descartados en la entrada. Como en el Berghain de hoy, los porteros trataban de alear una mezcla perfecta de asistentes, con unas líneas rojas muy claras: ni yonquis, ni chándals. 

Yo salía con uno de los djs del local, Micha, y conseguí hacerme con uno de los llaveros VIP. Una llave directa al paraíso, sin pagar, ni hacer cola. De una lista limitada de cuatrocientas personas, mi insignia era la número 54. En el West-Berlin de los ochenta, para alguien de mi escena, aquello era como poseer sangre de unicornio.

Annette: 'En el West-Berlin de los ochenta, para alguien de mi escena, uno de esos llaveros era como poseer sangre de unicornio'.

Dentro se daba cita la avantgarde de la ciudad y allende de sus fronteras: actores, punks, skinheads, roqueros, new wavers, gays, hippies y estrellas internacionales. Los numerosos espejos de aquel local reflejaron las caras de Bowie, Nick Cave, Andy Warhol, Frank Zappa, Mick Jagger, Prince, Grace Jones, entre otros grandes. Pasó por ahí incluso Michel Foucault poco antes de morir.

A los Depeche Mode los conocí allí y nos hicimos amigos. Me llamaban cada vez que pasaban por Berlín. También era colega de los Die Ärzte. Sobre todo de su cantante, Farin Urlaub, con quien me iba mucho de viaje.

Annette: 'Este es Mischa. Uno de los dj del Dschungel y mi novio por aquella época. Era guapísimo. Aún me da un huelco al corazón cuando veo su foto. Coqueteó demasiado con las drogas y ya te puedes imaginar. Se quedó por el camino, como muchísimos otros, lamentáblemente'. Foto: Álbum privado de Annette.

Nos sentíamos una fratría ecléctica que amaba embeberse en el flair artdecó y privativo del local. Era el sitio idóneo para ver y ser visto, por ejemplo, subiendo su icónica escalera de caracol hacía la planta superior donde se servían los cocktails, o tomándote un “Sundae Courrèges” sentada en uno de sus míticos sofás forrados de terciopelo azul.

'Dschungel. 'Una isla en el fin del mundo'. Flickr: sbnnboi.

El dresscode por un tiempo fue ir con un deje retro a lo años setenta. Algunos vestían uniformes, otros iban de negro purista, con maquillaje asimétrico, botas de goma, látex negro o alzacuellos como Blixa Bargeld. Otros parecían los líderes de alguna secta fetichista. 

Lo habitual era poner cara de póker desde el momento en el que te colocabas en la fila, y al entrar, no inmutarte si a tu lado se sentaba Barbara Streisand. A mí me ocurrió con Nick Cave. Me daba absolutamente igual. "Hola, Nick".

Blixa Bargeld en el Dschungel. 1988. Imagen: Hannes Schick

A veces llevaba conmigo unos juguetitos de plástico con forma de pene a los que les daba cuerda y ponía a correr por la barra del local. Me divertía poder desencajar las expresiones indolentes de los asistentes.

"Ser "cool" allí significada llevar cara de póker y no inmutarte si a tu lado se sentaba Barbara Streisand"

Se consumían muchas drogas. En el Dschungel se esnifaba coca, aunque estoy segura de que muchas veces era solo talco. En lugares como el Risiko, donde iban los que no entraban en el Dschungel, se consumía speed. Era más barato y te hacía aguantar toda la noche. Lamentablemente mucha de aquella gente no ha llegado hasta nuestros días. Es lo que pasa con las drogas. Por suerte para mi salud, jamás fui consumidora ni de drogas ni, realmente, de alcohol. Aunque muchos estaban convencidísimos de ello. Y es que, podía bailar horas sin descanso. Así es como surgió mi mote "wilde Füßchen", piececillo salvaje.

Entonces aún no existían las pastillas, al menos en nuestro Berlín. Se fumaba muchos porros, se tomaba LSD, setas y opio. Y sí, algunos se pinchaban heroína.

"Veía gotitas de sangre en el espejo y yo era tan inocente que nunca caí en que podía ser de pinchazos de heroína de Christiane F."

Por el piso de la Nollendorfstrasse se dejaba caer de vez en cuando, la escritora, ya archifamosa por entonces, Christiane F. (la autora de la novela “Los niños de la estación del zoo"). Por entonces salía con otro de mis compañeros de piso que era americano, Kalle, quien trabajaba en Risiko

Cuando Christiane se quedaba en casa, de vez en cuando, aparecían marcas de sangre salpicadas en los espejos. Era tan inocente, que buscaba infinidad de razones antes de relacionarlo con las jeringuillas. Pensaba que Christiane se había rehabilitado. Al menos, eso era lo que nos contaba. No conocía su descenso diario a los infiernos hasta que un día me di de bruces con su drama. En aquella época vivimos además otro drama universal: el sida.

Llego sin avisar y arrasó con toda la escena. Chicos jovencísimos caían como moscas.  Lo viví muy de cerca porque muchos de nuestros vecinos eran gays. Fue horrible. Teníamos miedo. Pero no dejamos practicar sexo libre. Eso sí, gastándonos un pastón en preservativos.

"Desde que crucé el paso fronterizo con mi chupa de cuero, me volví el centro de todas las miradas"

La primera vez que visité Berlín Oriental fue en 1982. Crucé el muro con una amiga porque aquel día no teníamos nada mejor que hacer. Desde que pasé el control fronterizo con mi chupa de cuero, me volví el centro de todas las miradas. Era como una suerte de ser exótico para ellos.

Y ellos, en cierto modo, también lo eran para mí. Su color de piel blanquecino y sus expresiones lacónicas combinaban a la perfección con el tapiz desvaído de las calles y el olor a carbón que expelían los edificios marcados aún por la guerra.

Era un lugar sombrío. No había publicidad en las calles. Ni luces de neón, ni grafitis, ni carteles a todo color. Hoy aún le explico a mi hija que el socialismo borra los colores de las calles.

Para evitar el uso de nombres occidentales, en la RDA las hamburguesas se conocían como 'Grilletta'/AP

Se las arreglaban, como podían, para no usar nombres occidentales. Recuerdo que al lado del Tranenpalast había una hamburguesería donde las hamburguesas no se llamaban hamburguesas, sino “Grilletta”. Los jóvenes no llevaban “jeans”, sino “Nietenhose” (literalmente: pantalones con remaches).

"Querían ser como nosotras y eso me provocaba ternura"

En la Alexanderplatz conocimos a unos chavales con “Nietenhose” pero que ellos, insurrectamente llamaban “jeans”. Eran “punks”, o lo intentaban. A mí me daba la sensación de que iban disfrazados. Querían ser como nosotras y eso me provocaba ternura. Estaban súper emocionados por habernos conocido. Unas Wessis de verdad, como las chicas que salían en los videoclips o en las películas que probablemente veían cuando sintonizaban la tv de la Alemania Federal.

Punks en Weißensee, Berlín Este. 1988. Imagen de Harald Hauswald.

Nos intercambiamos teléfonos y alguna vez conversamos. Uno de ellos me pidió que le enviara unas zapatillas Adidas. Era lo que más deseaba en el mundo. La última vez que traté de contactar a aquel chico, contestó una señora que me dijo que me había equivocado y colgó.

En el mejor de los casos habría huido del país, aunque en aquella época aún era bastante difícil. En el peor, le habrían pinchado el teléfono y estaría en alguna cárcel de la Stasi o en el ejército como Bausoldat: “soldado de la construcción”. El escalafón más bajo en el que acababan los objetores de conciencia o los que coqueteaban con el enemigo capitalista. Jamás trabajarían en nada que conllevara el uso del intelecto. Llevaban la marca del traidor de la patria.

"Nos comprábamos sujetadores porque el resto de la ropa era bastante fea"

Con los 25 Ostmark que cambiamos para entrar y que teníamos que gastar obligatoriamente antes de cruzar el muro de vuelta al Oeste nos compramos sujetadores, porque el resto de la ropa era bastante fea. Unos sujetadores que por cierto eran incomodísimos.

Catálogo de moda de la RDA. Sección corsetería. Años 70. AKG Images.

Otra vez, ya en 1989, volví a Berlín Este porque necesitaba recursos audiovisuales para un corto que estaba grabando. El plan era usar ese trabajo para solicitar una matrícula en unos estudios de dirección de cine. Me desplacé hasta el periférico barrio de Marzahn.

En el momento en el que saqué mi Super8 y me puse a grabar a la gente en una estación de metro, me empezaron a gritar con su acento Ossi hasta que me echaron del lugar. Estaban convencidos de que era una espía industrial.

Berlineses del Este en el metro. Harald Hauswald/Ostkreuz.

"Las manifestaciones en el Este no nos importaban"

Al final no logré la plaza para ser directora de cine, pero sí para unos estudios de Relaciones Públicas, en Bremen. El curso empezaba en noviembre de 1989. Aunque aquel año Alemania del Este estuviera hirviendo con manifestaciones y protestas varias, no le hice caso. Lo veía de pasada en las noticias. Para mí, como para la mayoría de gente que conocía, no era relevante. Estábamos demasiado ensimismados en nuestra burbuja feliz con nuestras visicitudes y nuestros pequeños dramas. Mi mayor preocupación, entonces, era organizar el traslado a otra ciudad.

El 1 de noviembre de 1989 cogí todas mis cosas y salí para Bremen. Nunca imaginé lo que la historia tenía preparado.

"Pensé: Annette, llevas viviendo casi 9 años en esa ciudad, y cuando algo verdaderamente interesante ocurre, no estás ahí”

🎥 [Annette se perdió la caída del muro por los pelos. Fue cuestión de días. Se acababa de mudar a Bremen para comenzar unos estudios. El notición le llegó a través de una inesperada llamada de teléfono. Pensó que era una excusa].

"En los 9 años que viví en Berlín Oeste, jamás pensé que el muro se fuera caer algún día"

De veras que en los 9 años que viví en Berlín Oeste, jamás pensé que el muro se fuera a caer algún día. Tampoco imaginé que encontraría mi primer trabajo serio en el Este de la ciudad.

Cuando terminé mis estudios en Bremen, entré a trabajar en el histórico Deutsches Theater como la Relaciones Públicas del teatro. Fui la primera Wessi a la que contrataron en la institución. Mi predecesora fue despedida cuando al poco de caer el muro desclasificaron los archivos de la Stasi y se descubrió que había sido una informante del infame ministerio.

Interior del Deutsches Theater. Uno de los teatros más antiguos del país. Annette fue la primera RRPP de la institución tras la caída del muro de Berlín/DTB.

Comencé a trabajar poco antes de la reunificación. Y a sabiendas de que aquella transformación política iba a suponer muchas penurias en varios sentidos, mis colegas Ossis me echaban las culpas a mí. Claro, a la occidental. Y yo les aseguraba: “os juro que, justo en esto, no tuve nada que ver”.

Mi hija Anastasia tiene un padre del Este. Lo conocí en el Deutsches Theater donde él también trabajaba. Viajamos mucho. Le enseñé el mundo que no había podido conocer hasta entonces por haber nacido en el lado de la historia donde todo había sido siempre "más gris". A Anastasia siempre le explicaba que si el muro no hubiera caído, ella probablemente no existiría. Un día coincidimos con Gorbachov en un evento cultural. Y ella -que sabía perfectamente el rol que tuvo Gorbi en la caída del muro-, me dijo que quería hablar con él. Me sorprendió porque aún era un renacuajo. Y con mucha convicción se dirigió al exlíder soviético y le dijo con desparpajo:

"Gracias por lo que has hecho, porque sino, yo no estaría aquí". 

La hija de Annette con Mijail Gorbachov. Álbum privado. A. Barner.

Por un lado, siento que tuve mucha suerte de poder haber participado en aquel experimento social, cultural y artístico que fue durante unos años Berlín Oeste. Aquella magia, lamentablemente, ha dejado de existir. Por otro lado, al caer el muro y vivir lo que llamamos "die Wende", tuve la oportunidad de formar una familia y ejercer un trabajo que me hizo muy feliz. Desde mi casa en Mitte (Berlín Este), en la que no he dejado de vivir desde los años noventa, te puedo asegurar que, aunque ya no exista aquella “isla de los afortunados”, sé que fui y soy una afortunada.

En esta historia, al menos yo, he salido "ganando".

Annette y su hija Anastasia. Attila Aszodi/Los Angeles.

🗺️📍 Nollendorfstr. 33: La geolocalización de la historia de Annette marca el domicilio en el que la joven punk vivió su época más salvaje en la ya desaparecida "isla de los afortunados".